jueves, 26 de febrero de 2009


Fría Odisea
Laura C. Fariña Fariña

“Yo tenía quince años…”; así termina y, perfectamente podría empezar The Reader, de Stephen Daldry, una historia marcada por una elegante y cuidadísima puesta en escena y una historia que no deja indiferente a nadie. Un joven muchacho, Michael Berg, (interpretado magistralmente por un desconocido David Cross) se encarga de llevar el peso de la historia y, cual Odiseo moderno, nos conduce a través de una narración sobre el despertar del amor, del sexo, del acecho de lo prohibido, y todo ello bajo la atenta mirada de una Kate Winslet que nos presenta aquí una de sus mejores interpretaciones como la fría y distante Hanna Schmithz.

A priori la historia promete, por su carga sentimental y por los problemas que aborda, teniendo además como telón de fondo una época conflictiva: la Alemania de Posguerra marcada por la crueldad del Holocausto judío, que no se muestra en (casi) ningún momento, pero que, precisamente por ello, está muy presente. En el intento de no caer en los recursos de la lágrima fácil, la cinta, en muchas ocasiones, aparece envuelta en un ambiente de frialdad extrema, que induce al desencanto, pudiendo advertirse así un cambio importante entre la primera parte y la segunda de la misma (marcadas ambas por cierto juicio), ya que, mientras todas las emociones, el erotismo del primer amor y los cuerpos desnudos que intentan saciar la sed de amor y pasión
se concentran en aquella, en esta el final se precipita sobre nosotros; es este el momento donde la historia pierde toda la carga emocional y se torna apresurada, pero es también cuando Ralph Fiennes (que interpreta a Michael ya en su madurez) se realiza verdaderamente como actor, dándonos la perfecta imagen de una persona desolada, destrozada por dentro por un acontecimiento que ha marcado su vida, convirtiéndose por ello en un hombre frío, triste y desencantado con el mundo y la vida, que ha pasado de actuar como lector a ser el espectador de un drama continuo: el suyo propio.

En definitiva, es esta una historia sobre la huella del primer amor, la vergüenza, el orgullo y, especialmente, sobre la incomunicación entre personas. La química entre la pareja Winslet-Cross (que no, Winslet-Fiennes) es fascinante y emocionante, contraponiéndose en ellos la experiencia y la inocencia, la frialdad y la ilusión, los complejos y la seguridad. Daldry nos invita a reflexionar, a dejar nuestras concepciones maniqueistas y nuestra visión del amor tópico de folletín atrás, para introducirnos en una historia compleja, de múltiples matices y vías de comprensión, que nos confunde y ofrece nuevos puntos de vista. Todo esto es “El Lector”, la historia sobre cómo un Odiseo moderno buscó el camino para llegar a sí mismo, enfrentándose a sus temores, miedos, y de cómo una sirena se interpuso en su camino y le marcó para siempre con su canto.

Reloj invertido
Nayra Izquiedo Reyes

Existe una fortísima corriente dentro del arte y la filosofía occidental que, desde finales del siglo XIX, busca descifrar una de las grandes preocupaciones del hombre moderno: el tiempo. Dentro de los tópicos forjados en ella, la posibilidad de volver atrás en el tiempo, con variantes diversas, ha ocupado una posición importante. El cine, como forma artística, ha recurrido en múltiples ocasiones a este hecho, y, últimamente, El curioso caso de Benjamin Button (2008), del director norteamericano David Fincher, parece estar llamada a adquirir cierta relevancia dentro de esta línea.
A pesar de inspirarse en un relato de Francis Scott Fitzgerald (sólo tangencialmente; su director manifestaba su estupefacción al ver su film nominado al mejor guión adaptado en los Premios Oscar), su originalidad queda fuera de toda duda. Y es que esta narración de la vida de Benjamin Button, hombre aquejado de una extraña enfermedad que le hace rejuvenecer en vez de envejecer, ha captado una posibilidad hasta ahora no vista en la historia del séptimo arte. Este simple vuelco en un aspecto tan natural y cotidiano, aunque tan nuclear, como es el envejecimiento, propicia la aparición de una sobrecogedora reflexión acerca de la vida y la muerte, la edad y la experiencia, el amor y su perpetuación en el tiempo.
Sin embargo, tan atractiva propuesta no podría verse brillantemente realizada sin la elección de un equipo técnico y artístico adecuado. En este aspecto, la actuación de Brad Pitt, actor protagonista en el papel de Benjamin Button, deslumbra por la excelencia con la que ha sabido mezclar los registros interpretativos de distintas edades y momentos vitales de su personaje (un ejemplo claro es la anciana infancia de Benjamín en el asilo, o el romance que vive en Rusia con la mujer de un espía: primera aventura amorosa para él, último desliz para ella), sin hacer perder un atisbo de naturalidad al personaje. Bien es cierto que su trabajo se sustenta en la extraordinaria labor de maquillaje y vestuario –su caracterización roza la perfección-, y sobre el encomiable trabajo tanto en la ambientación –especialmente en escenarios- como en el montaje. Aún así, no hemos de olvidar, como hemos afirmado anteriormente, la importancia del trabajo del actor principal, así como del resto de los artistas, destacando especialmente la delicada actuación de la protagonista femenina Cate Blanchett.
Con tales características, resulta impensable un mal resultado. Y, en efecto, la conclusión de tanto esfuerzo aplicado a un proyecto sobresaliente en su planteamiento será una película destinada a sobrecoger al público y hacerle reflexionar sobre nuestra condición de seres temporales que, marchemos en la dirección que marchemos, estamos abocados a un único destino: la muerte.

sábado, 21 de febrero de 2009




El tercer mosquetero
Nubia Alonso Segura


Bajo las planchas de metal extendidas en los espacios que aún no han sido devorados por la avaricia especulativa, crepita una vida enmarañada y raída, poblada de pícaros y traficantes en la que aún queda resquicio para las pequeñas alegrías. Juhu, un submundo junto al aeropuerto dentro del gran suburbio de Dharavi.

Lo que en principio no era más que un conjunto de relatos recogidos en la novela Q&A de Vikas Swarup, se transforma en una trama absorbente contada a través de sucesivos flashbacks gracias al magnífico trabajo de Simon Beaufoy.

Slumdog millionaire (2008) narra la historia de Jamal Malik, un joven prácticamente analfabeto que participa en el formato indio del conocido programa ¿Quiere ser millonario?, acertando todas y cada una de las preguntas. El “chico del té” será elevado a la categoría de héroe nacional en una catarsis televisiva, pero sólo unos pocos conocen el verdadero secreto de su éxito.

El confesado propósito de Danny Boyle de liberar a sus filmes de la excesiva carga literaria que acusa el cine británico se manifiesta en una potencia visual trepidante. Y, aunque las referencias al mundo de Dickens sean ineludibles, éstas se perciben como un torrente persuasivo y estridente jalonado por la extraordinaria banda sonora a cargo de A.R. Rahman.

Cuando el fantasma de la brutalidad en nombre de Dios amenazaba con seguir dilapidando la poca ingenuidad que restaba se produjo el feliz hallazgo. No era mucho más alta que él y sus ojos desprendían una luz que jamás había visto. Brillaban entre su flequillo mientras corría por el laberinto de chabolas como lo hacían ahora bajo la lluvia, inmóvil y calada hasta los huesos.

La inmensa Bombay apesta, rezuma, se resquebraja pero también llora, ríe y resplandece envuelta en un halo dorado que enjuga sudor y sangre. Es una gran metrópoli en la que todo cambia, nada permanece. Y en este continuo devenir, océano de gentes y circunstancias es difícil mantenerse a flote.

El destino consiste en encajar las piezas de un gran puzzle que aguardan extendidas en un ángulo de la mesa. No importa el orden sino la elección. Es cuestión de comenzar por el perímetro exterior y contar con un compañero de juegos que nos ayude a completar el resto. Un pacto entre mosqueteros.
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Satiam eva jāyate
“La verdad siempre triunfa”
Mirosely Zamora Gutiérrez


Con la India como telón de fondo nos encontramos con una historia donde el dinero, el amor, la verdad, la mentira, y la miseria humana se funden para crear una gran historia. Jamal, un joven perteneciente a los extractos mas bajos de su sociedad, se presenta a la versión nacional del famoso concurso “¿Quién quiere ser millonario?” en el cual, sorprendentemente, sabe todas las respuestas, pero antes de llegar a la última pregunta es arrestado porque sospechan que ha hecho trampa. Al ser interrogado por la policía se van desvelando, mediante una sucesión de flashbacks, el porque de sus respuestas, lo que ha sido su vida hasta llegar a ese momento y el verdadero motivo de su aparición en el programa. El director, Danny Boyle, va más allá y nos muestra la India que todos sabemos que existe pero que nadie quiere ver; pese a las miserias de este país, vemos a través de los ojos del protagonista que siempre el amor nos deja ver algo de belleza en el infortunado mundo en el que vivimos.

Slumdog Millionaire (2008), historia basada en la novela de Vikas Swarup “¿Quiere ser millonario?”, comienza con un ritmo trepidante que mezclado con la excelente interpretación de actores noveles, una dura crítica social y una forma de narrar la historia, te sumerge de lleno en la misma, y todo esto acompañado con una gran banda sonora que podría ser denominada como una protagonista más dentro del film. A medida que avanza la película este ritmo se va perdiendo llegando a un “final feliz” a través de una especie de catarsis aliviadora. Las miserias de la India se aparcan a un lado y al estilo de Hollywood (o Bollywood) los malos mueren, el chico se vuelve millonario y se queda con el amor de su vida. Como expresa el lema del escudo que representa a la India, la verdad triunfo sobre la mentira y la injusticia. Un triunfo de la verdad que nos aleja de la realidad del hombre que sabía todas las respuestas.



UN TIEMPO DIFERENTE
Iván García Sosa



Toparte con la indiferencia al salir de la sala de cine, no suele ser habitual cuando se ha visto una buena película. El curioso caso de Benjamin Button (2008) no es un caso a parte, a pesar de que la historia es, cuanto menos, excepcional. En un continuo rodeo sobre la importancia del tiempo, el amor a través de él, y las ilimitadas posibilidades de la psicología humana, la nueva creación de David Fincher gira en torno a un núcleo de pensamientos verbalizados por el protagonista, que hacen que el espectador se plantee no pocas cuestiones.

La historia trata sobre un hombre que nace con las condiciones físicas de un anciano, y que a medida que va creciendo se aproxima hacia la juventud. Su vida está regida por un reloj que camina en sentido contrario a los demás, hecho que posibilitará que su visión sobre el resto de las personas sea hecha desde un prisma completamente distinto.

Técnicamente discreto, el film apuesta de lleno por una historia bien contada, con un guión excelente, que no escatima en detalles, lo que genera un metraje quizás excesivamente largo, aunque bien construido. Con momentos de ternura y otros de sabor amargo, la versatilidad de la narración hace que la mirada del espectador conecte con los distintos matices que ofrecen las etapas vitales del protagonista. A ello contribuye la cuidada producción y el destacado trabajo de interpretación de Brad Pitt, que encarna al extraño Benjamin, eje central de todo el relato.

Una película que merece ser vista, en la que se brinda la oportunidad de andar hacia atrás, y descubrir lo difícil que resulta considerarse diferente, la soledad a la que se estaría avocado, lo lejos que podríamos sentirnos de las personas más cercanas, y el sacrificio que supone vivir un amor que supera las barreras del físico y del tiempo, pero que se condena inevitablemente a la separación, con dos ciclos vitales en líneas divergentes.



Un sobrevalorado secreto
Candela Armas Acosta


Crear grandes expectativas lleva muchas veces a la desilusión. The Reader (2008) se presenta con un buen argumento. Un adolescente alemán, Michael, mantiene una aventura en la posguerra con una mujer que le dobla la edad, Hanna y en cada uno de sus encuentros ella le pide que le lea un libro. Por extrañas circunstancias el romance acaba, pero ocho años después se reencuentran en un juicio en el que se la está procesando por su colaboración con el régimen nazi. Entonces el joven comprende porque le pedía que le leyese y de la ruptura: es una mujer analfabeta. A partir de aquí el director plantea un frio y distante debate moral que desencadena una serie de actitudes por ambas partes que no responden a ningún planteamiento previo. Es una reflexión sin emoción y nunca se termina de entender. Lo peor es el final pues se nos presentan los personajes edulcorados y el espectador los termina redimiendo de sus culpas.

Hay numerosas lagunas como el hecho de que está narrada a partir de un flashback injustificado y en la evolución de los personajes hay comportamientos que no parecen coherentes. Para añadir más confusión en los últimos diez minutos cobran importancia otros personajes que han sido irrelevantes hasta el momento y que por tanto no aportan nada a la historia.

Se ha sobrevalorado la película y ésta ni siquiera tiene un mensaje claro. Puede que se trate simplemente de un drama comercial que ha sabido aprovecharse de un buen argumento. El espectador no sabe al salir del cine si se ha enfrentado a una película de amor, a una reflexión sobre la culpa y el perdón o tan sólo a una película sobre los recuerdos que marcan la vida de las personas.
Sin embargo, no todo es negativo. La confusión que producen tantas líneas narrativas no oculta la interpretación de Kate Winslet. Como protagonista, la actriz británica eclipsa al resto de actores y es imposible no mirarla solo a ella en cualquiera de las escenas. Su actuación es clave en los 123 minutos, pero no es suficiente para salvar un film, injustamente alabado como una de las mejores películas del año, que tristemente deja mucho que desear.



Persistente Milk
Alicia Rodríguez Ortiz



Persevera Harvey Milk en su lucha por defender y proclamar a lo largo de su corta vida y breve carrera política los derechos y libertades del colectivo gay, en un camino que como de costumbre, se ve obstaculizado por antagonistas conservadores que imposibilitan su meta. La tenacidad es la actitud que prevalece en el protagonista a lo largo del film, y el valor de los ideales es el mensaje que se transmite a lo largo de Mi Nombre es Harvey Milk (Gus Van Sant, 2008).

La historia se desarrolla en el San Francisco de los setenta, con una puesta en escena que recrea el contexto social del momento y una cuidada estética fotográfica, que roza en algunos momentos lo documental. Allí abre Harvey su tienda, concretamente en el Castro, barrio convertido en poco tiempo en el lugar de encuentro de cientos de activistas gays que reclaman sus libertades, buscando soluciones progresistas para combatir las actitudes intransigentes del momento .

Es destacable el empeño, carisma y simpatía de Harvey, interpretado magistralmente por Sean Penn, y sus compañeros, así como el empleo sutil de metáforas visuales, banda sonora y diálogos que prefiguran en algunos casos el devenir del personaje.

“ Tengo 40 años y no he hecho nada de lo que me sienta orgulloso” anuncia Harvey al comienzo de la historia, y en apenas 10 años y gracias a su persistencia, se convierte en activista, líder y concejal político. Quizás su vida fuese como el género musical que tanto apreciaba: la ópera, con una trama con dificultades, un dulce y efímero momento y un trágico final.


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Tosca
Ana Carreira Galván



Mi nombre es Harvey Milk (2008) comienza por el principio del fin. Este dramático film narra la historia política de un concejal homosexual que lucha por los derechos de los gays pero, por encima de todo, por la libertad y las minorías. Teniendo como narrador al protagonista, la historia comienza con un diálogo espléndido que presenta el carácter carismático del personaje, consiguiendo con ello, que aún sabiendo su final, emocione.

A pesar de las dos horas de duración, el planteamiento de la película y el uso de imágenes documentales, fotografías, fragmentación de determinadas escenas y una excelente banda sonora, logran un film dinámico que engancha. La magia que atrapó a los seguidores de Milk, la consigue Sean Penn con su sobresaliente actuación; una pena que en los cines españoles no haya la posibilidad de gozar de la versión original.

Sin duda, los momentos de mayor dramatismo están protagonizados por las tres muertes, pero la del protagonista es la más impactante. El director consigue que el espectador se estremezca gracias al empleo de la cámara lenta y a la creación de tensión mediante el sonido único de los disparos. Muy significativos me parecen dos momentos en torno a su muerte, el ascenso por la magnánima escalera blanca del ayuntamiento, lugar donde será asesinado, que podría considerarse como una metáfora de acceso al cielo, y el plano subjetivo de Harvey en el instante anterior a desplomarse, donde se nos muestra el cartel de la ópera de Puccini, Tosca a la que había asistido el protagonista y que trata temas relacionados con la vida del político: la pasión, la violencia, la intriga.

El mensaje que se debería alcanzar con la película es el de la esperanza; esperanza que poseía Harvey Milk cuando afirmó: “Si una bala entra en mi cerebro que destruya las puertas de todos los armarios”.




El poder del primer plano.
Vanessa Rosa Serafín



En el ring dos pesos pesados de la sociedad de los años 70; en las cuerdas, una cámara que deambula a través de los entresijos de los personajes, cuidadosa para que nada se pierda, y en ocasiones agitada por la acción; un toque documental y unos diálogos tildados de humor.

Frost se oculta bajo corbatas de lunares, fiestas, popularidad, y elegantes mocasines italianos sin cordones; sin embargo, no es más que otro hombre de mirada triste, como Nixon. El director, Ron Howard, ha sabido reflejar la psicología del personaje más allá de la figura de presidente corrupto, y nos topamos con Nixon como un anciano afable, de buen carácter, por el que casi llegamos a sentir lástima y simpatía. Y es gracias a las similitudes que unen a estos dos hombres aparentemente antagónicos, por lo que el dudoso periodista David Frost, sin más apoyo que su propia insistencia, logra desnudar esa capa de mentira y hermetismo, que sin duda hasta el mismo Nixon deseaba romper, simbolizada en sus tradicionales zapatos de cordones, férreamente ajustados. Finalmente, en el último asalto, el presidente queda descalzo y hundido, pero liberado de un peso que doblegaba su espalda, y que callaba a gritos a través de ese sesgo de amargura en la mirada, que asomaba tímidamente cuando saludaba a su pueblo ya perdido.

Hablar de El desafío (2008) es hablar del poder y la gloria perdidos irremediablemente, a través de una vida política que expira su último aliento; y de la gloria alcanzada de forma tan vertiginosa como repentina, un sustancioso golpe de suerte en la historia del periodismo americano.

Desarrollada a partir de angustiosos primeros planos, se trata de una historia de aproximaciones a contraluz, de enfrentamientos cara a cara; no sólo por parte de los protagonistas, sino del espectador. La genialidad del vestuario radica en que pasa a formar parte de la trama, por la perfecta plasmación del carácter de los personajes.

A veces, periodismo y política pueden definirse a través de dos brillantes perspectivas: primerísimos planos de rostros, y enfoques de carísimos zapatos. Ésta es una de ellas.

miércoles, 11 de febrero de 2009

BIENVENIDOS

Bienvenidos al Taller de Crítica Cinematográfica de los alumnos de 5º de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna para la asignatura de TEORÍA DEL CINE.