domingo, 5 de abril de 2009


Luces, cámara, amor
Candela Armas Acosta

Almodóvar abre nuevamente las puertas de su universo particular. Se nos muestra como un director brillante capaz de realizar melodramas sin dejar de lado ese punto de locura que caracteriza todas sus producciones.

Harry Kaine es el apodo de Mateo Blanco, eje conductor de la película. Enamorado de Lena, actriz venida a menos y pareja de Ernesto Martel, un hombre celoso, posesivo y pieza fundamental en la trama. A partir de este trío amoroso se desencadena una historia apasionante con reminiscencias al género negro que, sin embargo, en la catarsis final no está tan desarrollada y el peso de la balanza recae sobre los actores.

Sale así a la luz un filme donde todos y cada uno de los detalles esta cuidados con minuciosidad. No se puede reprochar nada a su puesta en escena, perfecta para diferenciar los dos escenarios principales: Madrid y Lanzarote. De igual modo alabable es el trabajo de dos de las mujeres Almodóvar: Penélope Cruz, más comedida que nunca, y Blanca Portillo. En general la película es un alarde técnico, compositivo y de interpretación que reafirman al director como uno de los mejores de este país.

Desde un segundo plano y de forma subliminal hay un carácter autobiográfico en el largometraje. Almodóvar toma la piel del protagonista para mostrarse ante todo como una director que ama su trabajo. Así como Mateo cierra una etapa de su vida estrenando la verdadera “chicas y maletas”, el director hace un guiño fabuloso a “mujeres al borde de un ataque de nervios” donde entra en escena Carmen Machi quien remata la historia con el carácter ordinario pero orgulloso de toda chica Almodóvar que se precie.

Los abrazos rotos (2009) es una historia de amor truncada por los celos y la envidia, pero también un canto a la superación. Y un guiño de Pedro a aquellos que cuando se encienden las luces y las cámaras aman aquello que hacen.
Famara
Laura C. Fariña Fariña

Contrastes: la esencia de un paisaje polvoriento y desolado, pero al mismo tiempo mágico y enigmático como lo es el de la isla de Lanzarote, se contrapone al ambiente cosmopolita de Madrid, siempre aderezado con una pizca de prisa, de gran ciudad en la que se desarrolla la vida, en el caso de Lena (Penélope Cruz) una vida de la que escapar, huir de un hombre al que no ama y al que sólo le une el agradecimiento de haberla ayudado en una tragedia familiar.

Los abrazos rotos (2009) son los abrazos truncados de una pareja; son la envidia, los celos y la posesión de un amante frustrado. Pedro Almodóvar nos demuestra, al más puro estilo de su cine, que sigue en plena forma con una película que mantiene al público expectante, porque nunca se adivina que puede pasar después. Los giros inesperados que da la cinta son la particularidad de la misma, ya que tan pronto se vive un momento de liberación y sentido común como se asiste a reacciones incomprensibles por parte de los personajes. Todo ello dota esta película de un ritmo y un atractivo que falta muchas veces en las producciones españolas más actuales, más pendientes de emular las realizaciones extranjeras. Esto contribuye a reafirmar a su director en la categoría de un autor que se mueve como pez en el agua en sus trabajos, en los cuales lo da todo de sí mismo.

Los recuerdos son el hilo conductor de la película. Toda ella, regada por una espectacular banda sonora a base de cuerdas donde prima el dulce pero grave sonido del violonchelo, se desarrolla a partir de las amargas evocaciones de Mateo/Brian, un guionista y director de cine que perdió en un accidente de coche la vista, y al amor de su vida. El universo de Almodóvar es aquí, una vez más, de colores chillones y situaciones surrealistas que se mezclan hábilmente con el drama más desgarrador. La culpa, el desencanto y el afán de superación se dan cita en este filme, en el cual seguimos a Mateo en su lucha por enterrar a sus viejos fantasmas entre la arena de la playa de Famara y hacer justicia por su amor, un amor que se huele en el mar del Atlántico, y que vuelve cada verano con la brisa del Alisio.
Mármol griego
Iván García Sosa

Poseer a una persona completamente es imposible, porque las personas no tienen dueño, ni siquiera el amor es un título de propiedad. Tan sólo es un sentimiento del que nunca se sabe muy bien hasta que punto es correspondido, o si obedece a otras circunstancias como el interés o la soledad.

“Los Abrazos Rotos” (2009) es la última película de Pedro Almodóvar. Un drama cotidiano, una historia de amor entre un director de cine y la actriz protagonista de su película, amante de un rico empresario a quien estaba unida por interés, ya que por él pudo atender a su padre enfermo sin recurrir a la prostitución.

En esta ocasión, Almodóvar ha conjugado en una misma cinta un homenaje a la mujer maltratada y al cine dentro del cine. Sin embargo, y a pesar de los continuos guiños a su propia filmografía, como “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, y otras películas emblemáticas como “Persona” de Ingmar Bergman, el filme resulta un tanto frío, falto de emoción. En él se distinguen de forma clara los rasgos estilísticos del director, como una puesta en escena cromática, rica en luz y en color, con planos de detalles muy elocuentes, amplios movimientos de cámara, un montaje inteligente y un trabajo de interpretación impecable.

No faltaron elementos típicos de su cine, como los pasos de tacón alto, los grandes planos-secuencias, una fotografía que engloba a varios personajes, y otros recursos que profundizan en la psicología de ellos, tan bien construidos como siempre. Ingredientes todos ellos a priori convincentes para una gran película, quedándose tan sólo en la segunda línea, en la carencia de emoción, sin una sensación de plenitud. Una obra de arte tan canónica y bien ejecutada como una escultura de Policleto o de Cánova, y a la vez tan insulsa y helada como un mármol griego.

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