domingo, 5 de abril de 2009




Recordar el Compás
Nubia Alonso Segura

La guerra nunca ha consistido en una cuestión de heroicidad. Aquellos que sobreviven para contarlo llevan prendidas en el alma las atrocidades vividas y algún que otro secreto inconfesable, gracias al cual todavía respiran.
Los recuerdos no constituyen compartimentos estancos sino que forman parte de un complejo sistema de estructuras que componen nuestra mente. En lo más profundo de ésta, en el inconsciente, es donde se encuentran almacenados instintos y fantasías pero también es en este mismo pozo donde se arrojan las experiencias más desgarradoras, con la esperanza de no recobrarlas jamás.

Tras cuatro años de arduo trabajo, el director y guionista Ari Folman ha logrado llevar a la pantalla Vals con Bachir (2008), un documental animado basado en sus propias experiencias durante la guerra del Líbano como soldado del ejército israelí.
Luego de sus incursiones en el género con trabajos como Comfortably numb (1991) o The Material That Love is Made of, en esta ocasión encara el conflicto palestino-israelí desde una perspectiva formalmente novedosa combinando animación tradicional y Flash, un procedimiento de animación digital de vanguardia por el que sus creadores ni siquiera apostaban para tal fin.

Tanto la textura como la cadencia de las ilustraciones, le confieren un halo de ingenuidad que amortigua la crudeza de los hechos representados. Veinte años después de la matanza en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, Ari se percata de que no recuerda nada de lo acontecido y decide entrevistar a sus compañeros de entonces. Las vivencias narradas en primera persona se enriquecen con visiones oníricas que acunan a cada personaje en su reducto evasivo particular.
El mecanismo de defensa es activado en el mismo momento en que entran en combate pero, pese a los años de formación por causa del estado de excepción permanente, el adiestramiento intensivo y a las “encomendaciones ametralladora en mano” el sistema, por dinámico que sea, se colapsa. Porque no es posible encerrarse en un trastorno disociativo constante, mantenerse al margen contemplando la masacre sin más a través del visor de una cámara ficticia o desde el otro lado del cristal, a miles de kilómetros, en un mullido sillón. Tarde o temprano, la realidad golpea de improviso colmando de una luz siniestra el cielo de una noche tranquila en la que las bengalas, como estrellas fugaces, cayeron sobre la tierra para cumplir los deseos del otro.

Conviene, por tanto, recordar el compás por el que -muerto Bachir Gemayel, el presidente libanés electo-, el Ministro de Defensa Ariel Sharon comunicó a golpe de teléfono a su Primer Ministro Menahem Beguin y al General Amos Yaron, el comienzo de una danza macabra que habría de cobrarse cientos de vidas en apenas 48h. La Solución final palestina como colofón a la Operación Paz para Galilea, en la que el reparto de responsabilidades se hizo “indirectamente” según la dinámica de los círculos concéntricos de información.
Un ritmo de ¾ perfecto, al son del que contoneó la cabeza buena parte de los valedores internacionales mientras unos pocos clamaban al cielo: “Aina al arab!”, ¡Dónde están los árabes!.

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