martes, 17 de marzo de 2009

Crítica: Gran Torino


Políticamente incorrecto
Virginia González mesa

Los cinco primeros minutos de Gran Torino (2009) pueden presentarse como la típica cinta americana de serie B que habla de conflictos familiares y entretienen los sábados en la sobremesa, pero cuidado, el último largometraje de Eastwood, que dirige, produce y protagoniza es mucho más que eso y mucho más que un conflicto de raza en el que se mete el héroe americano de turno para salvarlos a todos. En realidad, es una muy inteligente sátira a todo ello, aderezado con un humor que no puede ser más acertado.

Este filme va mucho más allá, nos habla, sobretodo, de la vida y de la muerte, de los valores de la sociedad actual, de las relaciones familiares o, mejor dicho, de las no relaciones familiares, de las diferencias culturales y de sus choques y porqués, sobretodo de sus porqués.
Para ello desarrolla la trama en un barrio de clase media situado en el medio Oeste de los EE.UU. donde se asienta una comunidad Wong (etnia de Laos y Corea, entre otros lugares). A través de la figura de dos jóvenes descubriremos el por qué de cómo actúa un Eastwood que se nos presenta como un abuelo cascarrabias y maniático, viudo recientemente, que no conoce a sus hijos ni estos a él y cómo pasa de odiar a sus vecinos a convertirse en su propia familia a partir de una serie de sucesos que le ocurren a los jóvenes Wong. Entre todos ellos, se mezclan personajes como el del barbero y sobretodo el del sacerdote que, serán claves a la hora de dar sentido al conjunto del filme.

Es un largometraje sin grandes decorados ni vestuarios, de pocos escenarios y pocos actores y del uso de acertados planos. Podría calificarse como sobria en cuanto a su producción pero sin menospreciarla bajo ningún concepto y muy rica en cuanto a su contenido, de esas películas para ver dos veces para captar aún más detalles. Y para quedarnos con una frase: “Más sabe el sabio por viejo que por sabio”.

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